Si en vez de Platero y yo o el Romancero gitano en clases de Castellano hubieran dado a leer a Luis Cernuda (1902-1963) otro gallo, literalmente, habría cantado quizás para varias generaciones. El más inglés de los poetas españoles, Cernuda pensó que no sólo se canta por sí mismo o sobre sí mismo ni desde o para la patria. Lo expuso en un poema donde se rebela a la lectura de su obra en clave biográfica: “Cuando allá dicen unos / Que mis versos nacieron / De la separación y la nostalgia / Por la que fue mi tierra, / ¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?”. Y a renglón seguido sale, casi que medio cabreado, a arrojar más luces sobre el entuerto: “Hablan en el poeta voces varias: / Escuchemos su coro concertado, / Adonde la creída dominante / Es tan sólo una voz entre las otras”.
Así, si bien escribió poemas donde su propia experiencia –la familia, la homosexualidad, la lectura, los placeres prohibidos– es materia de meditación, tiene también muchos poemas donde la mirada o la voz está en otros, es de otros, por ejemplo los reyes magos, el rey Felipe II o una suerte de cronista que habla de la casa donde Verlaine y Rimbaud “vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron”, así como la cínica lectura política y cultural que se le dio al hecho a través de los años.
Cernuda fue menos lírico que sus pares, más desasosegado y narrativo y consciente (fue también ensayista), algo así como un romántico suspicaz, y versátil, de una nitidez reflexiva y una delicadeza de observación e imaginación que con el paso de las décadas le han granjeado un lugar esencial en la poesía española del siglo XX, junto a Antonio Machado y a lo mejor de Lorca, de Hernández, de Valente y de uno o dos más. La Guerra Civil le significó un exilio sin retorno a México, donde culminó una obra poética a cuya reunión total llamó La realidad y el deseo, título que es toda una definición vital y estética cuyo alcance Octavio Paz supo precisar: “El deseo vuelve real lo imaginario, irreal la realidad”. Cernuda murió de un infarto cuando se disponía a tomar un baño de tina, en bata, con una pipa en la mano y 61 años de vida.
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NO DECÍA PALABRAS
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
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RESPUESTA
Lo cretino, en ti,
No excluye lo ruin.
Lo ruin, en tu sino,
No excluye lo cretino.
Así que eres, en fin,
Tan cretino como ruin.
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DESPEDIDA
Muchachos
Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
Adiós.
Muchachos
Que no seréis nunca compañeros de mi vida,
Adiós.
El tiempo de una vida nos separa
Infranqueable:
A un lado la juventud libre y risueña;
A otro la vejez humillante e inhóspita.
De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;
De viejo la he aprendido
y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente
Mano de viejo mancha
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
Pasar de largo junto a la tentación tardía.
Frescos y codiciables son los labios besados,
Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen.
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo sé: no lo hay.
Qué dulce hubiera sido
En vuestra compañía vivir un tiempo:
Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
Compartir bebida y alimento en una mesa.
Sonreír, conversar, pasearse
Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.
Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
Atrayendo al amor, atrayendo al deseo.
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren
En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.
Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.
Que yo pronto he de irme, confiado,
Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga
Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.
Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
A morir, deseando
Veros de nuevo, hermosos igualmente
En alguna otra vida.