“Un trato de segunda categoría, un trato colonial histórico. Una indignación tan profunda como su raíz colonial”. Dice, en parte, un documento abierto convocando a pensar un movimiento político que movilice a los chilotes en torno a la búsqueda de soberanía. Se insiste: lo importante es que la comunidad política insular, el pueblo chilote, vaya generando las capacidades políticas para elegir y definir sus propias líneas de convivencia a nivel político, cultural, económico, espiritual, etc.
Desde muy antiguo, hay un malestar que nace del desencuentro con el continente. Chiloé no ha podido decir / decirse en un parloteo desigual: el continente lo ha disfrazado, idealizado, cercado. El trato ha sido como a un territorio extraño, lejano.
Cuando estábamos recién empezando a encontrarnos con poetas de otros lugares, más allá de nuestro sur, escuchamos por primera vez aquello de que nuestros textos tenían “olor a ovejas”
Pero, claro, este trato no es exclusivo para Chiloé. Todo lo “provinciano” se mira desde la capital con un sesgo de sospecha. Hay numerosas experiencias que califican, por ejemplo, las manifestaciones artísticas generadas en regiones como de menor cuantía, de escaso vuelo.
Cuando estábamos recién empezando a encontrarnos con poetas de otros lugares, más allá de nuestro sur, escuchamos por primera vez aquello de que nuestros textos tenían “olor a ovejas”; si bien sabíamos que se trataba de bromas, está claro que el humor nunca es inocente. Y varios de los poetas de entonces, prestamos atención a la burla, fuimos especialmente meticulosos revisando cuánto de caricatura había en la expresión de nuestro propio mundo; fuimos en ese sentido diligentes y sumamos la ocasión como combustible para estar alerta a las posibles trampas de la enunciación en nuestra palabra poética.
Las etiquetas y clasificaciones suelen ser lecturas interesadas. Mientras ciertas voces se mantengan ahí, etiquetadas, no ofrecen ninguna dificultad para ser absorbidas. Sin embargo, el compromiso de un poeta es no transar con la exploración de su escritura; escribir sin hacer concesiones por ninguna consideración externa a los contenidos que le interesan, develar su visión de mundo. No se puede hacer cargo de estas denominaciones sin terminar haciendo el juego ¿debe cuidar el lenguaje y las imágenes para que no se le tilde de localista? ¿debe enfatizar esos mismos rasgos para conservar el lugar que quieren darle? Atender a cualquier preocupación de ese tipo obstaculiza la expresión más profunda y honesta.
La escritura, en general, se presenta como un espacio de crisis donde no sólo el mito de Chiloé se desmenuza sino todos los otros. Por eso, se trata de un movimiento serio y descarnado. Romper la monotonía de estereotipo sin arrasar con todo, es un duro trabajo, por eso en sectores de mi propia poesía dejo hablar a otros- otras, habitantes también de este espacio, para ampliar la mirada.
Para la poesía nacional es fundamental el relieve, la espesura que aportan voces diferentes.
La orfandad a que puede verse sometido un poeta de provincia o del interior es doblemente silenciadora porque el lector común es más permeable a la legitimación institucional o centralista. Durante muchos años nosotros publicamos nuestros libros en la región y creamos circuitos de difusión bastante productivos, sin embargo, llega un momento en que se siente la asfixia y se hace necesario un ámbito mayor de circulación del trabajo. Eso contribuye a enriquecer la discusión general en torno a nuevos tópicos y también ofrece la posibilidad de despejar el territorio regional para que ocupen el escenario nuevos temas, nuevas voces.
Cada tanto, volvemos a pensar en estos temas porque el centro empuja hacia los lindes. Nos obliga a subrayar la importancia de permanecer en la provincia como opción política y vital. Para algunos escritores el paisaje, el entorno no tienen mayor relevancia y la anécdota del lugar donde se genera su trabajo no es sustantiva, para otros, es la fuente primaria de sentido. En Chiloé, además de la medida del tiempo, tan distinta a las grandes urbes, está esta voz comunitaria que se trenza en los textos como engrosando la voz particular, para darle peso, para llenarla de humanidad. Para la poesía nacional es fundamental el relieve, la espesura que aportan voces diferentes. No se trata sólo de temas, el tono, la respiración que es diferente en uno que está lleno de agua, criando líquenes en los pulmones; la elección de un “decir” que se emparente con lo que ha oído en su territorio de infancia. El riesgo es siempre la lectura interesada que, en lugar de sumar esta palabra, la rotula y archiva como localismo y, con eso, la anula porque le quita el aire necesario para circular por el decir amplio del territorio general donde no hay fronteras ni países ni razas.
Insisto en que estos tiempos duros están también preñados de posibilidades. Hay muchos que están soñando un nuevo Pacto Social, un Chile diferente, un país mejor que nos acoja a todos. Hay mucha rabia acumulada, hay demasiada injusticia, desigualdad. Hay una dolorosa discriminación hacia nuestros pueblos originarios. El diagnóstico enumera síntomas gravísimos que atentan contra nuestra convivencia, sin embargo, podemos transformar la descomposición en abono para otro porvenir. Pienso en el documento que circula en Chiloé: “Hilvanando una soberanía insular”; pienso en ese levantamiento de ideas y sueños en conjunto, en encuentros y conversaciones que – espero – nos consideren a todos. Apelo a la virtud de la generosidad para nuestra conversación pendiente. Escucharnos en serio, atender a lo que el otro dice, también a lo que quisiera decir, a lo que oculta. Rescatar palabras, sacarles brillo y usarlas como hilos que vayan uniendo nuestras visiones de mundo, nuestras oscuridades y maravillas, primero aquí y luego más allá, ampliando el cerco, más allá del Canal, al continente.