Este mes se inició con la repudiable noticia de las canastas que la Junaeb entrega a los estudiantes: traían alimentos vencidos, legumbres agusanadas, leche descompuesta. Empezaron a llegar fotografías y mensajes a los teléfonos de profesores, directores de colegios en la comuna de Ancud y, una vez más, la impotencia del mal trato se diluyó en una confusa lista de explicaciones. Toda solución se postergó hasta la próxima remesa.
Después fue el impacto de El Mercurio el día domingo 12, en plena página editorial, donde una festiva caricatura muestra a un rebaño de ovejas saliendo de una casa con el título “fin del confinamiento”. Es obvio que se está haciendo referencia al levantamiento de la medida en la región de Aysén. A ese punto ha llegado la autoridad de la mirada centralina: nos reconocemos de inmediato en su burla, como la niña que se pone colorada cuando las compañeras la miran de arriba abajo y cuchichean. El humor no es inocente, hay un discurso allí de larga data, el desprecio por lo que está más allá de los intereses del centro donde se toman las decisiones. Somos para el poder apenas un territorio poblado de sumisos animales.
“Somos para el poder apenas un territorio poblado de sumisos animales”
En la nueva rutina de estos días, las noticias cercanas son protagónicas: se discute acerca del probable cobro en tres peajes por usar la ruta dentro de la isla grande. Desde el poder, se usa el lenguaje como un arma disuasiva, en este caso, hablan de la doble vía como “el afán de dotar a la población de infraestructura que promueva la equidad”. Los mismos argumentos para obcecarse con el Puente en Chacao. No somos los habitantes del archipiélago quienes ansiamos estos “adelantos” que sí pagaremos; estos nuevos peajes se sumarán al que está antes de Pargua y al costo del transbordo en Chacao. Es evidente que tales medidas aumentarán el costo de una vida que cada vez se parecerá menos a las que quisiéramos los isleños.
Y hoy en la mañana, en un respetable medio de comunicación local, se muestra el cadáver de una señora que estuvo sentado 11 horas en una vereda de Castro porque un fiscal no daba la orden de levantar el cuerpo. Los vecinos alegaban por el trato humillante, alguien ofrecía su casa para entrar a vestir, arreglar el cuerpo; todos querían hacer algo, menos la burocracia, los personajes que usan el poder con esa pachorra de quien desprecia a los demás. Once largas horas. Tanta muerte.
“El país sanará de la grave escisión. Se está dando lugar a un cambio radical. Todo pasará, le digo a mis nietos”.
El artista Rubén Schneider me decía hace poco “el virus es tan cruel como la sociedad que hemos construido. Estamos atornillados 20 años a una silla en plena infancia y juventud, luego 30 Ó 40 a una línea de producción inflando el capital ajeno y luego ya no sirves por viejo. ¿En qué lugar estuvo el ser feliz? ¿El ser persona?”. Un resumen bastante brutal que, sin embargo, comprendemos como cierto.
Hemos hecho un largo camino de olvidos, displicencia y liviandad para llegar aquí. Tantos males que vivimos ahora fueron anunciados por nuestros conciudadanos más preclaros, pero muchos se sumaron a la fiesta del consumo creyendo que avanzaban hacia alguna parte mejor. No arrancamos la maleza cuando era pequeña. Y, dice el poeta Hernán Miranda, una hierba puede llegar a ser un roble poderoso.
Pero no quisiera que este lugar de comunicación se convierta en un muro de lamentos. No ahora cuando vuelve la esperanza en oleadas. A pesar de la pandemia y el encierro, el desmantelamiento del sistema económico tan injusto pareciera estar dando por fin, estertores de agonía.
“En un respetable medio de comunicación local, se muestra el cadáver de una señora que estuvo sentado 11 horas en una vereda de Castro porque un fiscal no daba la orden de levantar el cuerpo”.
Pienso en las cifras escandalosas de las ganancias de los grupos económicos de Chile, su riqueza a costa de los trabajadores. Hemos tenido la oportunidad de leerlas en la discusión acerca del sistema de pensiones, “la madre de todas las batallas”, como su mismo creador dijo. En octubre se produjo el corte –creo definitivo– con ese abuso; gran parte de la población del país inició un proceso irreversible de repudio a la injusticia y la desigualdad.
En la intimidad de mi cocina, con el cuchillo serrado del pan, me hice un corte profundo en el pulgar. Justo al lado de la poderosa uña. Parece obvio, pero todo está tan ligado en nuestras vidas: luego de un par de semanas, mi animoso pulgar está listo para cortar pan de Nuevo. Así pienso que el país sanará de la grave escisión. Se está dando lugar a un cambio radical: la piel nueva que sale provoca escozor, claro, y a ratos uno cree que la sangre no dejará de salir por más que aplique compresas. Todo pasará le digo a mis nietos. Vendrán otros días y eso, siempre es cierto.
Las amables lomas de Chiloé ya están blancas blancas por la escarcha en este atardecer, como es esperable en la estación invernal; se escuchan pájaros y ladridos de perro. Es tiempo de plantar, la luna es propicia. La tierra mejora con toda el agua que ha caído, la tierra se renueva a pesar del maltrato. Y esa debería ser la señal más clara de que siempre es posible soñar de nuevo con un país que nos cobije a todos y que deje su historia de injusticia atrás.