“Un 75% de la población confunde capitalismo de Estado con socialismo”, dice un verso de Elvira Hernández. Y si da para pensar en la Concertación y su deriva, qué decir del oficialismo, que confunde al Estado con la Bolsa y la Teletón. Es cosa de ver el espectáculo orquestado (¿Ubilla, Larroulet?) para la entrega de las cajas con comida. Como si fueran un regalo de Piñera y no una política estatal de emergencia.
Son malos para el pasado pero buenos para la pasada.
En Chile, el gran problema de la derecha es la derecha. La gente que rodea y mandonea en la derecha. La mentalidad de derecha, sus modos. Esa derecha cultural, entre mil comillas, es insufrible.
Por supuesto hay excepciones, como Daniel Mansuy o Hugo Herrera en el plano intelectual o Mario Desbordes en el político. Pero domina una derecha torcida, larrouletista. Que da un jugo que hoy encharca al país. (Lástima grande que en la orilla izquierda no se vea por ahora mucho más que fango y árboles caídos).
Y la renovación zorrona poca evolución le aporta a una derecha vieja de alma, zorrona de adentro, una patrulla juvenil envejecida, representante de un Chile más competidor que competitivo, adelantador por la berma, con visión no de Estado sino de estadio, no de país sino de condominio o regimiento, que en vez de sociedad ve suciedad –“esos no se cuentan”.
Como voz crítica lucen ahora en la televisión cerrada nada menos –y nada más, sobre todo nada más– que a Marcela Cubillos, que abandonó el Ejecutivo en pleno hundimiento para apuntalarlo desde esa caverna pinochetista llamada Libertad y Desarrollo, verdadera sede de gobierno.
La renovación zorrona poca evolución le aporta a una derecha vieja de alma, con visión no de Estado sino de estadio, de regimiento.
Con la realidad tienen una relación patológica. El otro día Cubillos obsequió un caso anecdótico pero elocuente, digno de estudio en las escuelas de Ciencias Políticas, de Comunicación, de Teología: subió un video explicando sus posturas, a la manera de la Premier neozelandesa y sus mensajes de 140 segundos, o sea de 2:20’. Pero Cubillos sólo grabó 1:40’, o sea 100 segundos. Confundió minutos con centenas, 1:40 con 140, un fallo elemental, pero un fallo, nomás. Lo impactante es que después tuiteó que hubo un “un error en la gráfica”. Pero no era la gráfica la equivocada.
En todo caso, el problema no es una acólita sino el credo y la feligresía en su conjunto.
Esa derecha que hoy menosprecia en público a Desbordes por izquierdizante (y en privado seguro por otras cosas).
Son olímpicos, displicentes, malos para el pasado pero buenos para la pasada.
Tratan de flojo a medio mundo –como si hubieran hecho mucho más que administrar lo que la naturaleza, la ocasión o la dictadura les ha regalado–, no les gusta que nada sea gratis salvo decir cabezas de pescado, lo cual se refrenda en estas palabras que Juan Sutil dijo hace un tiempo: “Tenemos que ser más anglosajones que hispanos. La cultura anglosajona está mucho más marcada en el ambiente de las matemáticas, la ingeniería. Aquí estamos con la literatura, la filosofía. Los países no crecen con literatura y filosofía. Mientras eso no ocurra, y no haya más disciplina, es más difícil avanzar”.
¿Qué entenderá por cultura anglosajona? Alguna entelequia que él contrasta con Chile, donde ve poca disciplina –entiéndase orden y producción– pero mucha, demasiada literatura y filosofía.
Tienen una idea de la cultura más blanda que malla de balcón cuando llueve.
Pero podría haber algunas luces en la caverna. Hugo Herrera esta semana en una columna decía advertir –en contraste con esa “miseria ideológica de la derecha… cooptada, desde la dictadura, por grupos extremos que buscan entender la política desde la economía”– el surgimiento de una derecha distinta, política en serio, que hace unos cinco años vendría tomando cuerpo en universidades, con libros, investigaciones y nuevas dirigencias. Ojalá prospere y la derecha cavernaria no imponga su sombra.
Porque es una sombra larga y espesa. Las piñericosas como identidad cultural profunda, las consuetudinarias manipulaciones ultraconservadoras, la beatería chicagoboysiana, la fanfarrona defensa pública de la codicia de los más loquillos, el descarte curricular de la filosofía, la estrechez de ese cruce de Cuesco Cabrera y Lolo Palanca que pasa de rector a clausurador de revistas, la estética 4×4, 24-7 y 2/3, la bravata pechugona en la orilla de cualquier lago… no son excepciones: son la regla y por eso encuentran siempre eco entre sí; por ejemplo, lo de Sutil rima perfecto con las palabras del fallido ministro José Ramón Valente, que dijo que no leía novelas para no perder el tiempo.
El problema no es que lean o no literatura o filosofía, sino la petulancia zorrona con que se sientan en tradiciones de pensamiento –¡disciplinas!– milenarias y prodigiosas.
El problema no es que lean o no literatura o filosofía, sino su fe en la ganancia (hasta el tiempo creen poder ganarlo) y la consecuente petulancia de zorrón viejo con que están dispuestos a sentarse, mientras miran un Excel tras otro, en tradiciones de pensamiento –¡disciplinas!– milenarias y prodigiosas. Por algo ya Heráclito aconsejaba: “Mejor es ocultar la propia ignorancia que sacarla a mitad de la plaza”. Pero acá, ya vemos, la pasean con altavoz.