Tres años antes de lo que ahora llamamos el “estallido social”, la Biblioteca Nacional publicó un libro notable y, en cierto sentido, premonitorio. Se trata de “Una fuente de luz”. Su autor: el docente, tipógrafo e investigador chileno Roberto Osses. En esta obra singular, Osses y su equipo exhiben parte de la investigación que dio origen a la tipografía “Biblioteca”, hoy la fuente corporativa de la institución. Lo fascinante del proyecto es que el profesor Osses no solo concentró su esfuerzo en el desarrollo técnico y estético, sino que en dotar de fondo o contendido esta propuesta gráfica. La tipografía “Biblioteca”, de esta forma, no solo es una joya visual y funcional, amplia y diversa, sino que además es un reflejo del ideario tras la Biblioteca y el Instituto Nacional y, en definitiva, de nuestro sueño de nación.
Moros y cristianos estamos sujetos a un libreto macabro
A lo largo de la obra, Osses establece conexiones sucintas entre la Ilustración, la Independencia, la influencia de los Estados Unidos y nuestra incipiente patria. Un ejemplo valioso es la aparición de la “Aurora de Chile” (nuestro primer periódico) y la simbología que desde el número 18 ilustra su encabezado: un sol emergiendo desde atrás de la cordillera.
El tono germinal y optimista bien puede explicarse –al menos en parte– por las relaciones metafóricas entre luz y verdad que Hans Blumenberg estudia en un clásico ensayo. Relaciones que se remontan más allá de la Ilustración y cuya vigencia queda demostrada en la refinada (aunque quizá algo tardía) propuesta del profesor Osses y el equipo que capitaneó.
Pero más allá de la tardanza con la cual la industria tipográfica recogió el guante y proveyó de una tipografía digna a nuestra Biblioteca, no dejan de sentirse incómodamente actuales sus premisas. Doscientos años después de esta “aurora” y de este sol, después de la verdad y de su luz, el estallido social se articuló simbólicamente sobre la idea de “un despertar” colectivo. La promesa inaugural, la mañana prometida hace doscientos años hoy luce parcial, más teórica que práctica o lisa y llanamente una cuestión estética, casi culinaria, en medio de las excrecencias y asperezas de “la re, la re, la re-alidad”.
Este es el país en que algunos apoderados descontentos golpean a los profesores de sus hijos, pero teníamos como referencia un proyecto titulado “Educación 2020”, que se “venció” –como el yogur– este año
Puede chorrearse amargura o melancolía desde aquí: una especie de promesa incumplida o lugar común que no halla más frutos que su expresión poética o plástica, como si hoy, doscientos años después, fuera demasiado temprano (o demasiado tarde) para despertar realmente. Este dolor, esta rabia triste, se agudizan ahora que Chile está sucumbiendo a la pandemia. Aunque el mismo diagnóstico que explicaría el estallido sirva de argumento para el fracaso político frente al COVID-19, parece que segundo a segundo la realidad se abre espacio en nuestro país, como desgarrando la escenografía cultural, política y simbólica que teníamos montada por quién sabe cuánto tiempo.
Uno de los últimos pasajes de este vodevil: el Presidente desoyendo a un grupo de cercanos en el entierro de su tío Bernandino y transgrediendo de pasada los protocolos para enfrentar la pandemia. La escena se ha vuelto ubicua gracias a internet y a las redes sociales. Si bien es cierto que el dolor por un pariente fallecido, el desconcierto evidente ante la crisis y otras circunstancias afines proveerían justificaciones plausibles, lo cierto es que hay tanto sedimento acumulado sobre las palabras y los gestos, que la escena no hace más que recordar al Alcalde de la mítica teleserie Sucupira, un personaje caricaturesco y disruptivo, un hacendado más cerca del realismo mágico que de las aspiraciones (todavía etéreas en nuestro caso) de la modernidad.
Tiendo a pensar que tenemos un forado nacional entre el mundo de la realidad y el de la fantasía. La explicación más común le achaca esta patología exclusivamente a las élites, lo que tiene bastante sentido. Pero no me convence chutear la pelota al córner tan sistemáticamente. Tengo la sensación de que moros y cristianos estamos sujetos a un libreto macabro, desempeñando nuestros papeles, usando las máscaras de turno, ocupando unas herramientas plásticas precarias para tapizar un país precario. No hay que olvidar que renqueando hemos escogido, descartado y sufrido mimos y bufones para dirigirnos.
Mucho intelectual de lujo se repliega en “Twitterlandia”, casi diría impávido, frente a la escuálida influencia que el pensamiento está mostrando en la esfera pública
Hemos soñado con un cosmopolitismo sofisticado teniendo unas bases pobres y frágiles. Este es el país en que algunos apoderados descontentos golpean a los profesores de sus hijos, pero teníamos como referencia un proyecto titulado “Educación 2020”, que se “venció” –como el yogur– este año; este es el país en que el “primer foco de luz de la nación” perece abandonado, y su paisaje representativo del último tiempo es una batalla entre overoles blancos y carabineros; este es el país en que una Alcaldesa se conecta con los ciudadanos que la escogieron democráticamente a través de ¡una coreografía… en medio de la pandemia! Y parte de la élite intelectual se distrae con la figura de Cristián Warken, un entrevistador ciertamente histriónico…. que acapara más atención que un Presidente errático o un país convulsionado.
Mucho intelectual de lujo se repliega en “Twitterlandia”, casi diría impávido, frente a la escuálida influencia que el pensamiento está mostrando en la esfera pública.
Tenemos un forado nacional entre el mundo de la realidad y el de la fantasía. La explicación más común le achaca esta patología exclusivamente a las élites pero no me convence chutear la pelota al córner tan sistemáticamente
Somos un país precario. Melancólico y precario, desnudado ahora por la pandemia. El proyecto moderno, resumido en palabras de Alain Touraine consistiría en «… la afirmación de que el hombre es lo que hace…». Pero parece que la fuerza y el impulso formador del espíritu moderno siguen chocando en Chile con una realidad más abrasadora, indomable y furiosa: la del pillo, la del incompetente, la del espectáculo burdo; un entramado, en fin, tragicómico y similar al de Sucupira. De todas las pesadillas posibles esta sería, precisamente, la que esquivamos con mayor espanto, abandonando en la huida la luz y sus rayos de verdad.