Hace unas semanas hubo un reitimiento en el sector de Catruman. Se trata de una fiesta típica del invierno que tiene como tema central el carneo de un chancho y en torno a esa faena se cocinan roscas, milcaos, sopaipillas, prietas, chicharrones, carne al caldero, etc. Se invita a la familia y a todos quienes hayan cooperado con la crianza del animal a compartir los manjares y lo que resta se lleva para la casa; también se prepara una fuente a cada vecino que no pudo asistir, eso es el yoco. Luego de este evento, se desató el contagio en la comuna de Ancud y pasó de pocos casos urbanos a multiplicarse en familias del campo. Es cierto, hay una responsabilidad ciudadana que se ignora y una resistencia casi atávica a pensar en esta pandemia y sus dimensiones.
Quedarse en casa es no sólo una prevención médica, sino un privilegio que no tienen muchos.
Islas dentro de otra isla, los pobladores urbanos y rurales están viviendo las dificultades propias de una situación tan difícil. Pero también se vuelve transparente la diferencia entre chilenos: quedarse en casa, por ejemplo, es no sólo una prevención médica, sino un privilegio que no tienen muchos. En algunas tribunas se critica ferozmente a los que siguen yendo a las calles, vendiendo en las esquinas de siempre sus verduras; empujando carretillas con mariscos por las poblaciones o a los múltiples negocios pequeños que siguen abriendo a pesar de las recomendaciones. El tema es la pobreza que ya era evidente antes de la pandemia, se está volviendo desesperada. Los profesores del liceo donde trabajo están en comunicación permanente con los jóvenes, especialmente en el tema de la contención emocional y uno se pregunta cuánto podrán resistir frente a la dramática realidad económica y social que incluye varios casos de violencia doméstica. Y los paliativos arrastran otros problemas que desnudan nuestra condición de abandono: entregar las cajas de alimentos de la Junaeb o las guías de estudio, significa operativos complejos porque no hay locomoción regular y la mayoría de nuestros estudiantes viven en sectores rurales. Tenemos padres y jóvenes contagiados en Manao, Lamecura, Huicha.
La tentación de volver sobre el tema del centralismo es grande luego del último fracaso de la instalación de las aduanas sanitarias en Ancud: retraso en la implementación de las medidas, ninguna comunicación con las autoridades y organizaciones locales, profundo desconocimiento del territorio y la ya acostumbrada tozudez de privilegiar el impacto comunicacional en lugar de un efectivo aporte a la lucha contra la expansión del virus. Tan evidentes errores que las aduanas duraron un día funcionando.
El tema es la pobreza que ya era evidente antes de la pandemia, se está volviendo desesperada.
Citando al poeta turco Nazim Hikmet, diré –“Sin embargo, hemos de seguir viviendo con los de fuera/ con los hombres, los animales, los conflictos y los vientos”. Por eso necesitamos levantar los días poniendo también la mirada en las experiencias que nos ayudan a vivir y que nos retratan como comunidad. Ha crecido la necesidad de encuentro y, aunque los espacios que nos quedan se prestan para todo tipo de descalabros, hay experiencias bellas y buenas.
El fogón de Ibacache es uno de ellos. Lleva ocho ediciones. Todos los viernes se juntan por una plataforma de internet un grupo variopinto de personas, con su mate, su té o lo que quiera alrededor de la cocina a leña de Jaime Ibacache, quien empezó invitando a amigos y ha ido ampliando el radio del abrazo virtual. Cada sesión (sin tiempo limitado) incluye participaciones artísticas (ha habido música, poesía); un par de presentaciones que aluden al momento que nos toca vivir: sanadoras de Isla Quehue, por ejemplo, contando cómo navegar la pandemia con medicina natural o la experiencia de autonomía de una escuela campesina en Curaco de Vélez.
También es destacable la experiencia educativa y social del Liceo donde trabajo en conjunto con la Radio Pudeto, que dedican una hora al día para un programa abierto a la familia donde se suben al aire cápsulas de lectura e impresiones sobre libros; ciertos contenidos de asignaturas, música que los propios estudiantes solicitan, saludos personales, a la usanza de las antiguos lazos que la radiofonía instaló en estos lugares donde las emisoras han sido el lazo que une a los dispersos lugares del territorio insular.
Mirando noticias acerca de lo que ocurre en tantos sectores de la capital del país, me acordé de las ollas comunes en las que participamos con el poeta Nicanor Parra en Chiloé el año 1983.
Hace unos días leí que en Valparaíso el alcalde Sharp entregó cajas de alimentos y junto a ellas libros que regaló la Editorial de la Universidad de Valparaíso y pensé en la dignidad, otra vez, tan lejana a los groseros gestos de periodistas y autoridades entrando a las casas de los “beneficiados” en Santiago y abriendo frente a las cámaras la herida de la caja, dejando ver el exiguo contenido. Aquí se está masificando el antiguo rito de la ayuda comunitaria. Hace unos días en Quinchao los pescadores recorrieron casa por casa entregando kilos de mariscos a todos los vecinos ¿a mí también me corresponde? Preguntó uno que todavía tiene trabajo y que no está tan necesitado “a todos. Así hacemos las cosas aquí” le respondió la comisión que llegó a su casa.
Todavía no llegan las ollas comunes en la forma en que las conocimos para el tiempo de dictadura, será porque las condiciones sanitarias no dejarían hacerla alrededor del fuego común ante el que se unen los chilotes. Mirando noticias acerca de lo que ocurre en tantos sectores de la capital del país, me acordé de las ollas comunes en las que participamos con el poeta Nicanor Parra en Chiloé el año 1983. Poesía, canto, historias, conversación distendida en medio de la tragedia que era nuestra realidad política social de ese tiempo.
Entre las imágenes de fuego, muerte y desgracia que pueblan los aparatos comunicacionales o las infinitas propuestas de escapismo y banalidad, podríamos estar cosiendo las piedras preciosas de acciones que nos hacen mejores en estos tiempos. Haríamos un tapiz otro. Tal vez el único que podamos colgar en el futuro.